Comentario
La historia de las artes del metal en Europa se inicia con las armas, los artefactos, los artículos de adorno, y las piezas de oro proporcionadas por una cultura centroeuropea, a la que se le otorga el nombre de Unetice, equivalente al término alemán de Aunjetitz. En el lugar de Unetice, a pocos kilómetros al noroeste de Praga, fue descubierta y excavada en el siglo XIX una necrópolis de inhumación bajo terreno llano. Las tumbas (más de sesenta) revelaron contener un ajuar metálico en bronce (torques con terminales volteadas; alfileres de cabeza anular; anillos y brazaletes de espirales; puñales de hoja triangular, etc.), que constituye el común denominador material de la cultura de Unetice. Su representatividad es en Centroeuropa muy dilatada. Se extiende no sólo al núcleo de Bohemia, sino hasta las regiones de Moravia y Eslovaquia hacia el este, Austria hacia el sur, Baviera hacia el oeste, Sajonia y Turingia hacia el noroeste y Silesia al noreste.
La cultura de Unetice ocupa, por consiguiente, una de las zonas metalúrgicas más importantes de Centroeuropa; dispone de fácil acceso a los yacimientos de cobre de Eslovaquia; no le falta el estaño; se encuentra en la encrucijada de la ruta del ámbar; y sale al paso de los caminos que enlazan a la Europa oriental con la occidental. Es precisamente en el territorio de su dominio donde se inaugura la metalurgia del bronce duro, de color amarillento que contiene la proporción idónea del estaño (9:1), en una fecha que es, hoy por hoy, anterior al Bronce de Micenas: el 2300 a. C.
Aunque el mérito de la cultura de Unetice no es insignificante por esta causa, su reputación la debe, sin embargo, al aparato constructivo y ceremonial de una clase de tumbas distintas a las del cementerio de Unetice y que corresponden a una fase más tardía y más rica de esta cultura. Dicha fase comienza a partir del 1800 a. C. y se corresponde con tumbas de cámara bajo túmulo. Se las llama tumbas principescas por ostentar, obviamente, signos de pertenecer a una clase social poderosa y rica. Las más conocidas, por el excelente estado de conservación de sus estructuras, son los túmulos de Leubingen (Sömmerda) y Helmsdord (Hettstedt), en Sajonia-Turingia.
La tumba señorial de Leubingen se cobijaba bajo un imponente montículo de 34 m de diámetro y 8,5 m de altura, cargado de piedras. La cámara mortuoria se instaló en el centro de la pesada superestructura, aislada por postes de madera, inclinados hasta coincidir en una viga (caballete) transversal. Un techo de cañizo recubría la construcción. El suelo era también de madera, y sobre él reposaban los cuerpos de dos individuos: uno, de edad avanzada y varón, se colocó extendido a lo largo; el segundo, aparentemente, era de condición más frágil, por lo que el excavador le atribuyó el papel de fémina joven y esposa del personaje al que se honró con tan distinguida tumba. El ajuar funerario contenía distintos útiles (hachas, piedras de afilar, cinceles, un pico, si bien de serpentina), y puñales de bronce. Pero el conjunto más llamativo dé objetos fueron los adornos áureos: dos alfileres típicos de Unetice con cabeza de ariete; una cuenta espiraliforme; dos anillos torsos (Noppenringe) y un notable brazalete, con decoración de listeles sogueados y terminales planas. Este fastuoso conjunto que se conserva en Halle (República Democrática Alemana) revela la altura técnica y el sentido del diseño de los orfebres centroeuropeos en la Edad de Bronce Antiguo.
Alfileres, pendientes, brazaletes de oro, etc., junto a los instrumentos de bronce, fueron colocados sobre el féretro de madera del personaje enterrado en la cámara mortuoria del túmulo de Helmsdorf. Indudablemente, el oro de las tumbas principescas de Unetice es la faceta más reveladora de la preparación técnica de sus artistas. Ahora bien, no menos orgullosos de su arte debieron estar los albañiles y carpinteros, como lo atestiguan los artefactos prácticos del ajuar.
La industria del bronce en Unetice produjo no sólo el repertorio habitual de puñales y alabardas, sino que se detuvo en piezas de armamento fuera de lo común. Extraordinario es el casco cónico, con pedúnculo terminal en el ápice, que guarda el Museo Británico, procedente de la localidad, en la esfera de Unetice, de Bietzsch, en Brandeburgo. Su semejanza formal con los cascos aparecidos en las tumbas micénicas de los guerreros en Cnossos, del siglo XV a. C., no ha pasado inadvertida; y se ha venido apuntando como una nota relevante en el terreno de las coincidencias con Micenas. En esta pieza, como en el caso de las joyas, el valor intrínseco y artesanal se engrandece con la aureola del poder social de sus portadores.
En la fase tardía, los broncistas de Unetice se revelaron como artistas consumados (hacia el final de la primera mitad del II milenio a. C.). Aquellos que tuvieron encomendada la tarea de fabricar las armas que iban a acompañar a sus dignatarios en la otra vida, supieron dar a los puñales y a las alabardas perfiles netos, volúmenes geométricos y nítidos: las hojas triangulares, las empuñaduras cilíndricas, los pomos discoidales.
Con la intención de salvaguardar objetos muy preciados y valiosos, algunas armas de Unetice, en esta fase tardía, se ocultaron en depósitos. Los puñales hallados en estos contextos destacan tanto o más por su elaboración artesanal que los depositados en las tumbas. Dos puñales, recuperados en el depósito de Horomerice-Kozí Hrbety, en el distrito de Praga, nos ponen delante de obras singularmente cuidadas de la metalurgia de la cultura tardía de Unetice. Uno de ellos muestra un delicado diseño ornamental; la hoja triangular fue realzada con dos acanaladuras adyacentes. De lo alto de la lámina penden un grupo de estrías que se reúnen en un vértice prolongado y ligeramente curvo. En la ventana del enmangue se colocó una dentadura de sencillos triángulos. Los hombros curvos del puñal se realzaron con líneas de trazos diminutas. En lo alto y en la base del mango, la sucinta decoración sobre metal se completó con orlas de espigas recogidas entre estrías. En otra pieza del mismo depósito de Horomerice-Kozí Hrbety, la ornamentación grabada no es tan meticulosa ni aquilatada, pero sí portadora de un lujo soberbio: los clavos del enmangue están recubiertos de placas de oro; el pomo tuvo incrustaciones de este metal áureo, y la empuñadura se abrió en cartelas alargadas rellenas de paneles de ámbar.